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Escena pública

  • Foto del escritor: Malexba
    Malexba
  • 27 ene
  • 6 Min. de lectura
La expresión de Silvia cambia nada más sacar el móvil. Sus labios esbozan una sonrisa de catálogo, tomando la curvatura idónea para mostrar la cantidad indicada de dientes en cámara; ni uno más, ni uno menos. No obstante, a este movimiento no le acompaña ningún músculo asociado a la zona de los ojos, que permanecen estáticos por la salvedad del brillo de sus pupilas, el cual se atenúa levemente. Casi como si temiese que pudiera generar un reflejo que arruinase la instantánea, como si de un espontáneo inesperado se tratara. Cuando Silvia levanta el móvil para encuadrar la imagen, el sol que entra por la ventana se refleja en la argamasa de purpurina que recubre su funda, originando un destello rosáceo que me deslumbra por un instante. Al volver a abrir los ojos, la veo con el ceño fruncido mirando al móvil, ya sin muestras de esa expresión impostada.

—¡Joder, ya se ha vuelto a apagar! ¿Así cómo quieren que trabaje?

Cuando alza la vista en busca de una respuesta, nuestras miradas se cruzan sobre la mesa. Tiene las gafas levemente caídas y sus ojos han recobrado su fulgor natural. Sin darme cuenta, sonrío como por acto reflejo. Silvia hace lo mismo, lo cual provoca que la pequeña peca de su mejilla derecha se alce levemente.

—Bueno, da igual. Vamos a ver qué tal te ha quedado el coulant…

Con la cuchara, parte el bizcocho de chocolate, que reposa sobre el plato como si del Ayers Rock se tratase. De su interior brota un torrente chocolateado que inunda el plato y modifica la geografía del mismo, generando un río que se escinde y funde varias veces a lo largo de toda su superficie. Por su parte, la montaña de chocolate se mantiene erguida, aunque con peligro de inminentes derrumbamientos. Ignota a todo esto, Silvia ya se ha metido la cuchara en la boca y está saboreando el postre con los ojos cerrados.

—¡Dios, está que te mueres! -comenta exultante, mientras caza con la lengua las migas que se le habían quedado en la comisura de los labios.

En un abrir y cerrar de ojos, el plato se convierte en una llanura en la que sólo queda la sombra de las cuencas de aquellos ríos de cacao.

—¿Te ayudo a recoger y nos acurrucamos un poco en el sofá?
—No te preocupes, que son sólo cuatro cosas. Tú aprovecha y descansa un poco en lo que yo termino.
—¡Eres un cielo! -dice, acompañándolo con un beso en mi mejilla, el cual deja una marca como de pintalabios de chocolate. Al darse cuenta, intenta borrar la marca con más besos, los cuales van escalando en intensidad a la par que se desvían, terminando éstos en mis labios. Una vez llega al destino que ambos buscábamos, me quita las marcas de chocolate de la mejilla con la lengua.- Y además estás delicioso…

Cumplido su objetivo, Silvia se dirige al sofá y, antes de sentarse, recoge una revista del corazón que encuentra entre los cojines. Al ver la portada, su gesto se tuerce levemente.

—Malditos buitres… -pronuncia casi sin darse cuenta, en tono de susurro.

Tras apartar la revista, se tumba en el sofá y comienza a pasar por los diferentes canales, nunca dejando uno durante más de cinco segundos. Mientras tanto, yo he recogido lo que quedaba encima de la mesa y estoy ya en el fregadero. Tras ponerme los guantes y echar un abundante chorro verde al estropajo, abro el grifo y comienzo a fregar. El fluir constante del chorro, sumado al calor del agua que siento sobre los guantes, me hacen entrar en una especie de trance y, antes de darme cuenta, he limpiado toda la vajilla que había ido manchando a lo largo de la mañana. Una vez terminada mi labor, me dirijo al salón. Silvia sigue prácticamente en la misma posición, con su pelo negro cayendo sobre el respaldo beige del sofá, conformando su propio cuadro de arte abstracto.

Parece que al final logró decantarse por un canal. En la televisión se ve a una mujer rubia que esgrime la misma sonrisa que usa Silvia para las fotos del trabajo.

—Llama ahora. Por tu seguridad, y la de los tuyos.

El cartelito con la palabra “PUBLICIDAD” de la esquina superior derecha de la pantalla se desvanece como por arte de magia.

—Y nuestra siguiente invitada es Begoña, más conocida como labegochinina. Con más de medio millón de seguidores en redes sociales, es una estrella emergente que triunfa gracias a sus consejos de maquillaje y su manera única de ver el mundo.

Tras esta breve presentación, el programa muestra un recopilatorio de reels y tiktoks protagonizados por la joven influencer, donde hace gala de dotes tan variopintas como bailar la canción del momento, maquillarse con los ojos cerrados, o ser capaz de reconocer (casi sin fallos) las banderas de los principales países de Europa. La cara de Silvia está lívida como la nieve.

[…]
—Encantados de tenerte hoy con nosotros, Begoña.
—El placer es mío, Susana.
—Sin duda eres una chica polifacética que ha sabido labrarse su camino hasta el éxito gracias al trabajo duro. En tu opinión, ¿cuál dirías que es tu mayor virtud?

Sorprendentemente, la presentadora es capaz de decir todo esto sin realizar la más mínima mueca que haga denotar burla o siquiera un atisbo de sonrisa, seguramente fruto del poder de la rigidez que le otorga todo el bótox contenido en su rostro.

[…]
—Pero además de todo esto, también eres una persona muy cercana a Silvia Blanco, ¿verdad?
—Así es, para mi es casi como una hermana.

La cara de Silvia cambia del blanco sepulcral a un color semejante al de las fresas maduras.

[…]
—Para quien aún ande un poco perdido, Silvia Blanco es el nombre real de SilvinaKCl, famosa divulgadora científica y estrella de las redes sociales con más de diez millones de seguidores. Tras licenciarse como ingeniera química, abrió un canal de YouTube que enseguida ganó popularidad. Actualmente compagina su labor como divulgadora con su faceta de celebridad. No obstante, su vida amorosa siempre ha sido un misterio y nunca ha trascendido ningún detalle a los medios, pues se creía que estaba centrada únicamente en su carrera profesional.
—Aunque todo ha cambiado desde el mes pasado…

Begoña rompe así la pausa dramática que quería imponer la presentadora, logrando que la cámara la enfoque a ella.

[…]
—¿Y cómo dices que se conocieron?
—En una tienda de maquetas, que a Silvia siempre le han gustado esas frikadas. El chico trabaja ahí desde hace poco y, un día que ella fue a comprar, le dio el flechazo. Como además el chaval es también algo rarito, no tiene redes y no sabía quién era, así que para ella perfecto. Después de casi dos semanas que estuvieron tonteando e intercambiándose mensajitos, ya por fin empezaron a quedar de manera algo más seria, que Silvi siempre ha sido algo mojigata -dice Begoña mientras se ríe y busca complicidad en la presentadora, la cual se mantiene impertérrita en un alarde de profesionalidad (o gracias, de nuevo, al bótox)-.

Efectivamente, lo que está contando en la tele, aunque de manera algo aderezada y banal, es la manera en que Silvia y yo nos conocimos y empezamos a salir. Por otra parte, al igual que una tetera en ebullición, da la impresión de que en cualquier momento va a salir humo de las orejas de Silvia. No obstante, antes de que ocurra, libera un poco de la presión que ha ido acumulando en el último cuarto de hora.

—¡SERÁS ZORRA! -le grita a la tele.- COMO CADA DÍA TIENES MENOS ESPECTADORES EN TUS DIRECTOS NO TE QUEDA MÁS REMEDIO QUE HACER ESTAS MIERDAS PARA VER SI RASCAS ALGO, ¿VERDAD?

[…]
—Y, después de la publicidad, conectaremos en exclusiva con el apartamento secreto de Silvina, donde está pasando las primeras semanas de relación con su nuevo novio…

Silvia se ha hartado y ha apagado la tele. Mientras tanto, yo me asomo a la ventana. En la acera de enfrente veo varias furgonetas aparcadas en batería, cada una con el logo de una cadena de televisión distinta. A la entrada de nuestro edificio, una panoplia de reporteros y cámaras se agolpa sobre el conserje, que trata de contenerlos inútilmente.

—Diooooos, yo solo quería pasar un día tranquilo aquí contigo. ¿Por qué no me pueden dejar en paz esos plastas?

Silvia se ha hecho un ovillo en el sofá. Tiene la cabeza metida en el espacio entre sus piernas y sus brazos, igual que un avestruz. Por el tono roto de su voz, tengo la impresión de que está al borde de las lágrimas.

—Oye, ¿no dijiste que el edificio tenía una puerta trasera? -la interrumpo.- Podemos salir por ahí y echar el día en la ciudad. Coges una de las pelucas del armario, unas gafas de sol y vas de incógnito total, rollo Totally Spies. -Mi propuesta se ve interrumpida por su risa. Parece que esa última tontería le ha hecho gracia.- ¿Qué me dices, probamos?

Silvia se incorpora un poco. Antes de darme una respuesta, saca la cabeza de su escondrijo y me mira. Sus ojos están algo húmedos, pero eso sólo hace resaltar su brillo. Cuando nuestras miradas se cruzan, sonrío al ver que la peca de su mejilla derecha se alza.

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