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El jilguero

  • Foto del escritor: Malexba
    Malexba
  • 27 oct
  • 1 Min. de lectura
Camino al trabajo,
temprano en la mañana,
oigo al pasar un jilguero
siempre en la misma ventana.

Si bien aguarda inquieto,
en su humilde pajarera
oculto, tras la niebla,
asoma su bello plumaje:
frente roja, viva sangre,
perladas motas azabache
y ocre cuerpo corroído.

Al ponerme de puntillas
ansiando verlo entero
comienza a saltar distraído
alternando entre tambescos.
En parvas ocasiones se digna
a girar su frágil cuello
lo suficiente para observar
en sus ojos mi reflejo.

Así comenzaba mi jornada
hasta que el día menos pensado
descubro que, de forma callada,
el canto de mi amigo alado
lo ocupa ahora silencio en calma.

Su jaula se encuentra vacía
y en ella apenas quedan
exiguos remanentes de vida.
Me detengo, empero, todavía
a mirar la antigua guarida
de quien antes creaba algarabía.

En ella moran tristes
dos huérfanos columpios
y un íngrimo puñado de alpiste.

Sin embargo, tampoco perdura
siquiera esta estructura,
que a los pocos días migra
cual fantasma a su tumba.

Atrás deja en consigna
un hueco desolado
que otrora fuera hogar
de un pájaro olvidado.

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