Todavía respiras.
Intuyes la luna
reflejando tu rostro.
Ese campo yermo
donde, cada poco,
veloces arroyos
anhelan una salida.
Todavía piensas,
explorando alternativas.
Posibles alteraciones
de todas las decisiones
que aquí desembocarían.
¿Qué diferencia habría
si no fuese ésta tu vida?
Todavía sientes.
El manantial caliente
que de ti brota
y tiñe las flores.
Tu respiración rota
que seca violetas
de todos los colores.
Todavía sufres.
Ese dolor acuciante
que te persigue incesante
aunque corras, huyas o calles.
Ni siquiera en este instante
eres capaz de calmar la voz
y sus quejidos constantes.
Todavía vives.
Recordando tiempos pasados,
y añorando la presencia
de los que ya apenas percibes.
Igual que fantasmas olvidados
sobrevolando tu conciencia.
Desearías haber escapado
y así evitar su ausencia.
Todavía mueres.
Lo haces cada día.
Por la mañana, cuando amanece,
o en la noche más abstraída.
Pero a tu cuerpo le resta aún vida.
Y tú, sólo te preguntas:
¿Cuándo terminará esta agonía?
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