El suave aroma del café proviene de la cocina. Me acerco a la ventana y corro la cortina. Ya es de día. Ha debido de amanecer hace un par de horas, pero para mi siguen siendo las tres de la mañana todavía. Fue el momento en el que hice el último avance en el caso. Como no he dormido nada, el cansancio está empezando a hacer mella en mi y un dolor punzante comienza a taladrar la parte izquierda de mi cabeza.
Marvin entra en el salón con una taza de café en cada mano. Tras inspeccionar el tablón instaurado en el medio de la sala y ver que la investigación continúa en el mismo punto que cuando se marchó la noche anterior, me dedica una sonrisa burlona mientras me pasa mi taza de café. Ha visto su oportunidad y no piensa desperdiciarla. Tiene la vista clavada en mí, igual que un halcón que divisa en a su presa en la lejanía:
―¿Qué, algún avance? ―me pregunta en un tono socarrón.
Le miro a los ojos. Esa mirada de superioridad que tiene me pone enfermo. Al tomar un sorbo del café, me doy cuenta de que no tiene azúcar y, casi por instinto se lo escupo a la cara.
El teniente McKillney avanza sólo por la meseta. No le queda más remedio, después del accidente en el pantano de gelatina que acabó con Azabache. Pobre animal, tan fiel y bondadoso incluso en sus mome
No sabes lo mucho que me gusta leer estos relatos cortos!