Esta mañana te diste cuenta de que hoy iba a ser otro de esos días azules.
No lo notas nada más despertar. Te das cuenta de ello cuando haces las primeras respiraciones conscientes, mientras te incorporas de la cama. Si fuese otro día, lo harías como si nada, de una manera semiconsciente, pero hoy te cuesta cierto esfuerzo. Al intentar respirar por la nariz, es como si hubiese un pequeño guardia apostado en tu garganta que detuviese el aire y dijese: “Lo siento, pero tiene que enseñarme la documentación”. Aunque no tarda ni medio segundo en hacer las comprobaciones, a ti esa espera se te hace eterna. Dudas de si mirarle a los ojos, pero enseguida te contienes. Temes que interprete tu gesto como una manera de meterle prisa. Que simplemente se enfade y te diga: “¡Bueno, encima tenemos aquí a una cagaprisas!”, lo cual demore aún más este interminable procedimiento.
El acto de soltar aire será más veloz, pero no por ello menos pesado, como si te liberases de una carga al espirar. El problema residirá en cuanto vuelvas a tener que coger aire, volviendo esa pequeña losa a tu interior. No obstante, según vayas despertando y ganando consciencia de ti misma, se volverá algo rutinario, requiriendo menos esfuerzo por tu parte.
Cuando el pequeño guarda termina de comprobarlo todo, puedes comenzar con tu día.
Comentarios