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Viene de lejos

  • Foto del escritor: Malexba
    Malexba
  • 16 dic 2022
  • 3 Min. de lectura
―Psst, ¡aquí!

Llevaba días sin ver ni hablar con nadie, así que ese repentino reclamo me pilló de improviso. Tras los barrotes de ocres tonalidades, Eusebio me dedica una mirada intentando infundirme ánimos. Esgrime también una amplia sonrisa para tratar de levantarme la moral, pero que a su vez deja entrever su preocupación por mi actual condición. Con una mano se apoya sobre los listones de mi celda, mientras que con la otra sostiene el ajado zurrón de nuestro padre.

Algo detrás de él se encuentra Eustaquio, aunque él no me mira a mí, si no al techo. Está deambulando rítmicamente por la sala, casi como si estuviera bailando un vals. Al intentar esquivar las goteras que caen de arriba, su cantimplora de madera golpea contra la hebilla de su cinturón, marcando un compás de tres por cuatro y dando la impresión de que se encuentra ensayando una coreografía orquestada.

Animado por esta visión, me acerco rápidamente a mis hermanos hasta que el grillete anclado a mi tobillo me impide avanzar más.

―¡Eusebio, cuánto me alegro de verte! ¡Si hasta has venido tú, Eustaquio, qué alegría! ¿Qué tal estáis?
―Nosotros bien. Lo que nos importa es saber qué tal estás tú, que llevas ya tres días aquí encerrado. Debes de estar muriéndote del hambre, así que te hemos traído algo de pan y queso. Guárdatelo y así me llevo el zurrón para traerte más la próxima vez. Seguro que también te mueres de sed. ¡Venga, Eustaquio, rápido! ¡Dale un poco de agua a tu hermano!

Eustaquio detiene su improvisada danza y clava la mirada en nosotros durante un momento, dudando de si acercarse o no. Finalmente, decide quedarse quieto en el sitio con los brazos en jarra.

―Me lo he pensado mejor y no, me niego. Así aprenderá para la próxima vez.
―¿Pero qué tonterías dices? Acércate de una vez y dale la cantimplora que le hemos traído.
―Ni hablar. Eustasio sabía perfectamente cómo es el señor, y tendría que haber supuesto que, si no le daba más dinero del que recibió, habría consecuencias. Ni siquiera le hubiera hecho falta ponerse a negociar con terrenos como hiciste tú. ―En un instante comienza a clavar en mi la mirada que tenía fija en Eusebio― ¿O acaso no te aconsejé que compraras semillas para que así, cuando las plantases y diesen frutos, pudieras luego venderlos y obtener beneficio?
―Pero Eustaquio, si algo les hubiese pasado a los cultivos, ni siquiera le habría podido devolver al amo la moneda que me dio…
―¡Siempre con excusas! En el fondo no eres más que un pusilánime, que espera siempre que le saquemos las castañas del fuego. Pues que te quede bien claro que yo esta vez no te voy a ayudar, a ver si maduras de una maldita vez.

Eustaquio se da la vuelta y sube rápidamente por las escaleras.

―Ay, Dios, ¿por qué tiene que ser siempre así? No se lo tengas en cuenta. Al entrar a la finca, el maestro nos ha gritado diciendo que estaba todo muy sucio y que, como castigo por no saber mantenerla, debíamos pagarle cuatro monedas cada uno, así que él se ha quedado sin nada. Yo le he ofrecido tres monedas para compensarle y tuviésemos lo mismo, pues me parecía lo más justo, pero es tan terco que me las ha rechazado al instante. Bueno, tú tranquilo. Ahora iré a hablar con él, a ver si consigo calmarle. En un rato vuelvo y te traigo la cantimplora.
―Dios te bendiga Eusebio, eres como un ángel.
―¡Eh, y cuando salgas de aquí te devuelvo tu moneda! Que haber sido capaz de conservarla tan bien merece su reconocimiento

Eusebio me guiña un ojo mientras sonríe, para justo después subir las mismas escaleras por las que Eustaquio se marchó antes. Ahora que vuelvo a estar solo, me tumbo de nuevo en el rincón que considero mi cama y cierro los ojos, mientras que con los dedos tamborileo el ritmillo que me han ido enseñando estos últimos días las goteras del techo.

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